Líderes
Pontiac
Obwéndiyag
(en francés: Bwon-Diac-, de donde deriva el nombre de Pontiac)
(¿1.720 - 1.769 )
Ottawa
Líder de la liga de naciones algonquinas que, a mediados del siglo XVIII se enfrentó a los británicos a quienes tuvo al borde de la derrota tras saquear la mayoría de sus fuertes y asentamientos del territorio de Ohio, Pennsylvania oriental y Virginia.
Nacido en las proximidades del lago Nipissing, de madre Chippewa, creció en la región de Detroit. No tardó en convertirse en uno de los líderes políticos y espirituales de su nación, los Ottawa, aunque siempre mantuvo lazos profundos con sus parientes maternos. Poco se sabe de su infancia, tan sólo que desde su pubertad manifestó su aversión al trato y comercio con el hombre blanco, al que consideraba un intruso en sus tierras ancestrales. Aun así, difícil es pensar que pudiera sustraerse al contacto con los tramperos y colonos franceses que comenzaron a aparecer por la región del río Ohio y el lago Michigan desde finales del siglo XVII. De hecho, hacia 1.740, en torno al fuerte Detroit se congregaban unas cien familias francesas dedicadas al cultivo de pequeñas plantaciones y la caza de animales para comerciar con su piel. El fuerte, eso sí, apenas contaba con la presencia de una simbólica guarnición integrada por diecisiete soldados, conviviendo de manera suficientemente pacífica con unos doscientos Ottawas, trescientos Hurones y alrededor de cien Potowatomi. No es de extrañar, pues, que cuando estallaron los conflictos (1.689 - 1.763) entre las potencias europeas presentes en la región, estas tres naciones nativas se inclinaran del lado de los franceses, si saber que, en definitiva se llevarían la peor parte.
Cuando, en el verano de 1755, los ingleses intentaron expulsar a los franceses de la región, saqueando y arrasando poblados sin distinción, los nativos consideraron esta acción como una agresión contra sus vidas y propiedades. De ahí que terminaran por decantarse del lado francés. Su presencia fue decisiva para poner freno a la incursión británica en la batalla de Monongahela, consiguiendo derrotar a las fuerzas de expedición del General Braddock; batalla en la que las habilidades estratégicas de Pontiac ayudaron a consolidar su liderazgo no sólo entre los Ottawas, sino entre la mayoría de las vecinas tribus algonquinas en la región delos Grandes Lagos.
Desde 1.760 comenzaron a difundirse entre los nativos las ideas de un profeta Delawere llamado Neolin, quien clamaba contra el comercio con los ingleses, rechazando el uso de cualquier objeto proviniente de sus manos (armas, mantas, alcohol...). Según Neolin, los espíritus castigarían con la enfermedad y la decadencia a quienes los usaran o ayudaran a su difusión entre los indios. Algunos historiadores apuntan a que, de alguna manera, los nativos comenzaron a ser conscientes de que ésta era una vía de contagio de epidemias como la viruela y demás, que ya por entonces habían diezmado la población indígena, hasta el punto de la extinción de más de una nación. Sea como fuera -razones políticas o estrictamente sanitarias- Pontiac apoyó las propuestas de Neolin y se convirtió en uno de sus más fervientes difusores.
Pero, pese a la derrota sufrida por los ingleses, el conflicto franco-británico se iba decantando poco a poco a favor de estos últimos, especialmente desde que Sir Jeffrey Amherst (1.717-1.797) tomara el mando del ejército en 1.758. En apenas dos años la situación francesa se tornó insostenible y el 8 de septiembre de 1.760 el gobernador de la región capituló definitivamente. Los casacas rojas entraban en Fort Detroit poco después -el 28 de noviembre-, demostrando desde el principio un trato despectivo y cruel para quienes habían estado de parte de sus vencidos enemigos.
El Tratado de París de 1.773 consolidó definitivamente la presencia de la Corona inglesa en la región de Ohio y la aparición de nuevos colonos se volvió preocupante para los indígenas, que vieron como muchos de ellos eran expulsados de sus propias tierras. El trato indigno, el orgullo herido y el espíritu de supervivencia fueron los elementos que pusieron en pie de guerra a la confederación de tribus algonquinas que se levantó en armas en la primavera de 1.763. El 27 de abril Pontiac se erigió en el líder de la revuelta, en un consejo de tribus en el que estaban presentes más de cuatrocientos jefes y guerreros de las dieciocho tribus y naciones de la región. Los preparativos para el levantamiento fueron mantenidos con el sigilo suficiente como para mantener el efecto sorpresa que puso en jaque la hegemonía británica durante unos meses tan sangrientos como dramáticos. Guerreros Ottawa, Chippewas, Mingo Hurones, Delaware, Shawnee, Seneca, Munsee, Potowatomis (Miami, Mississagua…) y demás aliados acordaron acabar a sangre y fuego con las vidas y posesiones inglesas, conscientes de que su poder estratégico se afianzaba en los fuertes diseminados en el área, respetando, eso sí, a los colonos franceses que aun se mantenían en el territorio.
El plan de ataque trazado pasaba por la toma por sorpresa de las guarniciones que, de haber conseguido llevarse a término hubiera dejado bajo mínimos la capacidad de respuesta de los casacas rojas. Mayo fue el momento elegido para iniciar la ofensiva, que a punto estuvo de culminarse con éxito de no haber sido por la delación de una mujer india sobre los planes de Pontiac para tomar Fort Detroit. El 7 de mayo fracasó en su intento de introducir dentro de sus instalaciones a trescientos guerreros que ocultaban sus armas bajo sus vestimentas. Conocedores de su intención, los poco más de ciento veinte defensores -entre soldados y colonos, movilizados como milicia local- consiguieron desbaratar las intenciones nativas, comandadas por Pontiac (y al que se unió a partir del 31 de mayo el jefe Ojibwa Wasson, que aportó al cerco otros doscientos de sus guerreros) . Se inició así un largo asedio, mientras la rebelión se extendía al resto de la región.
El 28 de ese mismo mes una caravana de suministros que se dirigía hacia Fort Detroit, comandada por el lugarteniente Abraham Cuyler, ignorante de la situación, fue prácticamente aniquilada por más de doscientos guerreros, quienes acabaron con la vida de sesenta y ocho de los noventa integrantes del destacamento. Los supervivientes corrieron a refugiarse en Fort Sandusky, que también fue saqueado hasta sus cimientos. Los pocos que escaparon con vida encontraron acomodo en Fort Niágara. En sus camino los perseguidores indios fueron incendiando cada plantación, granja y asentamiento británico encontrado a su paso, respetando sólo vidas y propiedades francesas. Entre el 16 y el 29 de mayo nueve de los once fuertes británicos del territorio ardieron por los cuatro costados (entre ellos los de Nueva York, Pennsylvania y Virginia), permaneciendo a duras penas en pie solamente Fort Pitt (situado en la confluencia de los ríos Allergheny y Monongahela) y el propio Fort Detroit.
Pontiac esperaba con su acción que los franceses se unieran a la revuelta, como años antes hicieran las naciones indias cuando los británicos irrumpieron en la región. Pero las autoridades francesas no indujeron a los suyos a tomar partido en la rebelión. Prefirieron optar por aportar una discreta ayuda de suministros y apoyo logístico, pero nada de hombres, armamento o piezas de artillería con las que derribar las últimas defensas de los dos fuertes que quedaban a duras penas en pie.
La situación se volvió crítica para los sitiados en Fort Pitt cuando, a mitad de junio, comenzaron a aparecer entre ellos casos de viruela. Sin embargo, existen pruebas escritas de que esta circunstancia fue también utilizada por los británicos como un elemento más parra revertir su delicada posición. En tal sentido se redactaron las notas cruzadas entre el mando de los sitiados y el comandante en jefe del ejército británico destacado en el nuevo continente, Sir Jeffery Amherst. En una de ellas, Amherst dirigía al coronel Bouquet una pregunta reveladora: "¿Existe la posibilidad de extender la enfermedad entre los indios rebeldes?", El 13 de julio su subordinado redactaba la contestación: "Voy a intentar contaminar algunas mantas y dejar que caigan en su poder". Asedio a Fort Pitt Tres días después recibían nuevas indicaciones del alto mando: "Actúa adecuadamente intentando contagiando la enfermedad con mantas., como el empleo de cualquier método para exterminar a esa horrible raza". Quizás en alguno de los encuentro que los resistentes en el fuerte y los sitiadores acudieron a negociar una posible rendición, las mantas contaminadas fueron entregadas a los indios. Bouquet confesó haber hecho llegar a los nativos dos mantas y un pañuelo directamente cogidos del dispensario donde estaban confinados los enfermos dentro de la fortificación, De hecho, algunos historiadores apuntan que esta práctica -la de extender la viruela entre los indígenas- era una medida consciente y mantenida en el tiempo por el ejército británico, al menos ya desde 1.755 y pone como ejemplo las sospechosas condiciones en las que surgió el brote epidémico padecido por los Potawatomis (aliados de los franceses) en 1.757. Desde estas fechas en adelante, los casos de infección en los campamentos nativos crecieron de manera descontrolada, incidiendo de manera decisiva en las propuestas del profeta Neolin. Tanto es así que este hecho forma parte del relato realizado en abril de 1.764 por Gershom Hicks, un trampero hecho prisionero por guerreros Shawnee y Delaware un año antes y quien, tras su liberación, contaba como " …la viruela se ha extendido y ataca de manera virulenta desde la pasada primavera. Más de treinta Mingos, Delaware y algunos Shawnee ya han perecido, sin que de momento hayan podido controlar su daño".
Bien por los efectos de la extensión de enfermedades entre los sitiadores o por la tenaz resistencia de los sitiados, el ánimo comenzó a decrecer entre los guerreros de la alianza conforme avanzaba el verano. Tuvieron lugar las primeras deserciones y en otoño, los casacas rojas tomaron la iniciativa invadiendo Pennsylvania y el territorio de Ohio y atacando los campamentos y las bases de suministros indígenas en lugar de iniciar una acción directa contra los sitiadores de Fort Pitt y Fort Detroit, consiguiendo de esta manera disminuir la presión sobre los sitiados y levantar su maltrecha moral. Pontiac comprendió la inutilidad de mantener el cerco sobre Fort Detroit y en otoño de 1.764 retiró a sus guerreros. En la primavera del año siguiente el líder Ottawa ya era consciente del fracaso de su intento, pero mantuvo las hostilidades hasta julio de 1.766, si bien ya adoptando una táctica defensiva. El 17 de agosto llegó a un acuerdo definitivo de paz en el que-pese a todo- aun dejaba claro su idea de que los ingleses no pasaban a ser los propietarios del territorio.
Tras el cese de hostilidades y hasta su muerte, Pontiac se asentó en las proximidades del Río Maumee, acompañado por sus familiares y algunos de sus fieles seguidores -aunque constantemente vigilado por las autoridades británicas- viviendo al modo tradicional de la caza y el comercio con los campamentos vecinos. Consciente de la imposibilidad de un nuevo levantamiento, optó por intentar extender la idea de una unión política indígena que, constituida como un estado al modo europeo se enfrentara a los retos de un desarrollo político y económico conjunto.
Este planteamiento resultaba verdaderamente revolucionario ya que, de haberse extendido, hubiera supuesto un radical cambio en el panorama geopolítico de la región, incidiendo de manera negativa en los intereses británicos que preferían un escenario de tribus autónomas, con las menores relaciones políticas entre las mismas, donde resultaba relativamente sencillo explotar las diferencias entre unas y otras. Pontiac fue desterrado para eliminar la afluencia de posible adeptos.
El 20 de abril de 1.769 fue asesinado en las proximidades de Crakokia por un miembro de la tribu Peoria cuyos integrantes, tras no haber encontrado amparo de los franceses, optaron por buscar cobijo en los británicos ofreciendo la muerte del jefe ottawa como gesto de aproximación. Pese a todo -y una vez finiquitado el peligro que suponía un Pontiac con vida- decidieron enterrarle con honores, reconociendo su capacidad de jefatura y sus méritos como estratega político y militar. Sus restos reposan a orillas del Mississippi, aunque una leyenda local de la ciudad de Orchard Lake (Michigan) mantiene que están enterrados en sus proximidades, en concreto, en un túmulo de la Isla Apple.
Pese al fracaso de su revuelta, las ideas de Pontiac permanecieron en la memoria de su pueblo y de quienes en aquella ocasión integraron la liga de naciones que se enfrentó a la Corona británica e influyó decisivamente en posteriores líderes, como Halcón Blanco o Tucumshe.
Negociaciones en Fort Detroit